Majestuoso y alargado como la quilla de un barco de piedra, el Castillo de Peñafiel se alza sobre la cresta del cerro que domina la confluencia del Duratón y el Duero. Su origen se remonta al siglo X, cuando estas tierras formaban parte de la frontera entre el reino cristiano y el territorio musulmán. Fue entonces cuando comenzó a forjarse como bastión defensivo, vigilando el valle y protegiendo el avance de la repoblación castellana.

A lo largo de los siglos, la fortaleza fue ampliada y reforzada por importantes linajes nobiliarios, especialmente por los Infantes de Castilla y la poderosa Casa de Manuel. Su configuración actual, esbelta y lineal, se consolidó en el siglo XV, convirtiéndolo en uno de los castillos más singulares de la península ibérica, tanto por su forma como por su emplazamiento estratégico. Con más de 200 metros de longitud y una torre del homenaje de 30 metros de altura, es un símbolo de poder y dominio territorial.

Hoy, restaurado y lleno de vida, el castillo alberga el Museo Provincial del Vino, donde tradición e innovación se encuentran entre muros centenarios. Desde sus almenas, el visitante contempla no solo un paisaje de viñas y campiña, sino también la historia de Castilla tallada en piedra. Visitar el Castillo de Peñafiel es abrir una puerta al pasado y descubrir cómo el tiempo, desde lo alto, cobra otra perspectiva.